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A​ý​na o la épica de la cordura

by HumanFields

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    "Aýna o la épica de la cordura" en formato Digipack con libreto de 20 págs. diseñado por Adrian Blokin.

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1.
Creación 05:23
Despierto. / Abro los ojos que se llenan de agua turbia. / Parpadeo. / Apenas veo a través del fango. / Saco la cabeza. / Respiro y escupo un renacuajo. / Avanzo. / Me agarro a la raíz de un árbol. / Voy trepando / y logro salir del lodo. / Pero ni erguido / consigo ver donde acaba el pantano. / Me siento sobre un tronco. / Toco mis manos. / Están blandas y arrugadas / de la humedad y el barro. Arranco un helecho / y abanicando aparto los vapores. / Recojo algas y lianas muertas, / formo pilas y montones. / Reúno piedras, retiro rocas, / acumulo maderas secas, / recorro incesante la ciénaga / hasta volverla pequeña. / Derribo árboles moribundos, / cubro los nuevos con libélulas. / Dreno el agua estancada, / dejo que corra la fresca. / Protejo líquenes y musgos, / libero abejas y luciérnagas. / Repueblo el lecho con juncos, / extraigo el cieno y la arena. Retiro espumas del pasado / que se hayan quedado atrapadas / y hago con barro cocido / y con hojas y briznas de paja / ladrillos que formen los muros / que serán muralla mañana / pero que no se convertirán nunca / ni en jaula ni en celda ni en trampa. Y ahora que el tiempo está calmo / y la semilla plantada, / que ya está tejido el tejido, / que el hilo ya no es más maraña, / ahora que crece el cultivo, / y que la madera ya es talla, / ya casi nunca recuerdo / cómo llegué a esa charca. A veces invierto el giro / de los planetas en su elíptica / o cambio el sentido / de los cometas en su caída. / Juego a agrupar estrellas / para formar constelaciones, / roto la luna, cambio mareas, / vuelvo negativos los protones. / Doto al universo / de nuevas dimensiones. / Libero al espacio-tiempo / de la curvatura que lo compone. / Hago del infinito / un punto entre millones. / Me vuelvo indestructible / entre mis creaciones. Y me acuesto agotado / escuchando croar al sapo.
2.
Meditación 05:22
Observa… / Observa la respiración… / Observa la respiración con ecuanimidad / como se observan las leyes naturales. / Recorre tu cuerpo de la cabeza a los pies. / Contempla qué sensaciones físicas tienes. / ¿Dolor, frío, vibración, escozor? / No las cuestiones, solo escruta sin reaccionar. / No rechaces las desagradables. / No ansíes las placenteras. / Porque tarde o temprano todas pasarán. / Ni la aversión ni la avidez deben moverte. El dolor y el placer son reales e inevitables. / Pero la desesperación y la frustración dependen de ti. / Las sensaciones que observas aparecen / por la acumulación de reacciones mentales. / Son los saṅkhāras como trazos en el agua, / como líneas en la arena, como surcos en la piedra. / Observa ecuánimemente las sensaciones / y los saṅkhāras surgirán / y serán erradicados. Es cierto que fue mía la idea de tomar éxtasis. / Pero ella me pidió otra pastilla para avivar el efecto. / Quién sabe cuál de las dos invocó al viento / que nos perseguía y arrancaba caras. / El segurata de la discoteca llamó a emergencias. / Ella empezó a gritar y a huir de las luces naranjas. / Yo corrí detrás intentando detenerla… / Pero ¿por qué no la esquivó el conductor de la ambulancia? Esta vez cae una lluvia lechosa, opaca, blanca, / que va cubriendo el asfalto, la ambulancia volcada. / Hace desaparecer la sangre, los cuerpos, las luces naranjas. / Detiene el viento que arrancaba caras. / Se cuela por mis párpados, mis oídos, mis entrañas. / Ahoga las sirenas, los gritos, la culpa, ¡trae la nada! Recuerda: todo fluye, nada permanece. / Lograrás vivir / bajo una lluvia de alfileres / y no temblar, / y no alterarte, / y no penar.
3.
Sueño 06:15
Cenamos sobre un mantel de hule / angulas que ella ha cocinado / mientras miles de renacuajos / corretean entre nuestros pies descalzos. / Fumamos marihuana en el salón, / tenemos abúlico sexo mecánico, / y antes de quedarnos dormidos / promete llevarme al animalario. Me he convertido en un ratón blanco / con la mitad del cuerpo afeitado. / Estoy dentro de una caja gigante, / con paredes de metacrilato. / Ella me alimenta y me exige trucos: / ¡corre en la rueda, pega saltos! / Mientras no veo las aristas / fatigo sin rumbo el espacio. / Pero al toparme con una esquina / me quedo ansioso a su lado. / Le doy la espalda a los columpios. / Trato de atravesar el plástico. / Quiero ser odioso a sus ojos. / Me muerdo, me mutilo, me hago daño. Camino por una playa desocupada / donde la arena está hecha de purpurina / y el mar es mercurio en lugar de agua. / Doy con ella y nos contamos la vida / hasta vibrar de certezas e impulsos / que nos hacen ignorar la calima. / Pero pasa una turba de nocturnas aves / y una se le aloja en el vientre. / Intento distraer su dolor, / hacerlo menos evidente. / La convenzo de entrar a nadar. / La marea se hace más fuerte. / Apenas puede respirar, / le cuesta mantenerse a flote. / Con cada involuntaria inmersión, / el azogue entra en sus pulmones. Trato de socorrerla pero / cada vez que la agarro / ella se hunde más hondo como / si huyera de mi mano. / Tal vez soy yo el que tira / hacia abajo cuando la cojo o/ ella se vuelve más torpe / cuando nota que la atrapo. / Al final me desespero / me vuelvo hacia la orilla / y veo como su lucha / parece que se estabiliza. / Se aleja dentro del océano / quizá hacia otro continente / mientras miles de renacuajos / crecen de golpe en mi estómago. Alrededor de la ensenada / el mundo no me es habitable: / hay restos de metacrilato / y esqueletos de aves. / Para vencer desánimos / recorro tundras y taigas, / penetro prados y páramos, / extenúo vértigos y llagas. Cuando hay lluvias y brumas / observo formas en los charcos, / fluidas volutas violáceas / que revelan arcanos: / si duele o pesa la yunta / más vale el celibato. / No vuelvas lo calmo salvaje / ni pares lo trashumante.
4.
Ahora que me enfrento a esta prueba, / quiero dar gracias y muestro respeto: / al espacio por ser trazable / y al tiempo por ser medible, / a los alimentos que me nutren / y al agua que me hidrata, / a las lesiones por darme humildad / y a las endorfinas por ser mi sustento, / a la lluvia, al sol y al viento por hacerme dudar, / pues de las dudas vuelvo vigoroso. Gracias a la disciplina, / origen y efecto del entrenamiento y el descanso; / gracias al sosiego, / freno que me permite resistir hasta mis metas; / gracias a la sensatez, / sed cuando no estoy sediento. Respeto a los que ya surcaron esta distancia, / pues sus logros me inspiran; / respeto a los que lo intentaron y no fueron capaces; / pues su perseverancia me inspira; / respeto a los que hoy me acompañan, / pues sus palabras y sus gestos me inspiran / y el eco de sus zancadas / es un redoble de vida. ¡No se trata de fintarle a la locura! / Sino de agotarla hasta el dominio. / Hacer de la maraña de lana empapada en lodo, / línea recta sobre la que avanzar en equilibrio.
5.
Acupuntura 05:00
De violetas y de rayos purpúreos / empapado el tierno cuerpo, / agujas que como ganzúas / abren el oráculo délfico / del autoconocimiento. Linternas de Diógenes / para encontrar al hombre. / Veletas frente al viento interno / que sombrío y resoluto / agita y consume por entero. Brújulas que nos obligan / a penetrar laberintos de recuerdos, / que nos fuerzan a atravesar / ruinas, reliquias, incendios. Evocación de lo pretérito, / regresión que nos enfrenta / a cada reconstrucción psíquica / de nuestra propia Ciudad Eterna. Y tú, agonista e intrínseco antagonista, / oculto en la grieta de un abismo hostil, / sabes que llegó el momento de plantarte batalla. / Salir de la sima espinado de lanzas, / insertarlas hasta estacar el pánico, / tirar el lastre, conservar el bagaje, / para no renunciar a aprender del desastre, / pero tampoco arrasarte como llanura aluvial. ¡Ganzúas que alumbran como linternas! / ¡Veletas que orientan como brújulas! / ¡Lanzas que apresan como estacas! / ¡Agujas que liberan (d)el viento de la locura!
6.
Creación 04:06
Despierto, abro los ojos y el cieno me ciega, el fango me ensordece y un renacuajo que se agita en mi garganta me impide respirar, obligándome a engullir su coleteo. Por la debilidad de los miembros tumefactos, por la lubricidad del terreno umbrío, por el vahído de la momentánea apnea, me hundo hasta el fondo en el agua ponzoñosa. Una corriente subterránea me arrastra a través de algas pegajosas y jaras acuáticas, me abisma en una sucesión de huecos, pozos, toboganes, hendeduras y cascadas. Acabo varando, espesado de azufre y greda, en una playa de alquitrán a los pies de una fétida caverna, y a pesar de la extenuación y la oscuridad, gateo a tientas hasta el umbral. Renqueo por una galería débilmente iluminada por musgos fosforescentes color verde eléctrico, hasta llegar a una sala con una bóveda repleta de arcilla, bulbos, hongos, larvas y lombrices de los que me alimento. Envuelto en los miles de olores que la profundidad reserva a los gusanos, y ya acallada el hambre con la ingesta de seres hipogeos, comienza a impregnarme el hastío de mí mismo. Para acallar la mente, para llenar el tiempo, moldeo arcilla, polvo y cenizas y formo estatuas, decenas de terracotas de distintos tamaños que me acompañan, y que, poco a poco, van ocupando el espacio con la opacidad y la insistencia propia de las obsesiones más insondables. Las admiro, porque las sé más perfectas que yo, a pesar de su telúrico estatismo. Y me asustan, pues si no logro continuar su grandeza, temo que se volverán contra mí. Me muevo trémulo entre sus miembros, me precipito tratando de complacerlas y en mi torpeza apenas logro una progenie que emula con taras a las primeras generaciones. Se multiplican imperfectas y deformes. Caerá sobre mi espalda su conjura. Me aplastarán. Puedo oírlas murmurar conspirando como efigies de desolación. ¡Ya las oigo! Bajo el légamo, donde se consumen las ranas muertas, vienen finalmente a por mí.
7.
Acupuntura 03:28
En la cola del supermercado, el mundo se ensordece y solo escucho un tintineo de metales bajo el agua. Un sabor a herrumbre explota en mi paladar como un termómetro. Trago, y una bolsa de plástico se desliza por mi esófago. Pago en efectivo. No consigo encontrar mi taquilla del vestuario. Todas tienen candados parecidos, pero el mío estaba pintado de negro. Salgo al aparcamiento, tal vez la mochila esté en el maletero. El coche tampoco está ahí. ¿Quizás he venido andando? Vuelvo a la entrada del gimnasio. Está cerrado. Es de noche. Pensaba que había venido al mediodía. Me dirijo a casa. En el metro. Mi campo visual se ensombrece, excepto alrededor de una mujer. Entreleo sus labios, algo así como que “un ave azul solo es visible en la tormenta” y hace un gesto como si se ajustase un guante o fuera a arrancarle la peluca a un calvo. Parpadea con lentitud. Parece que el resto de pasajeros vaya a aplaudir. Aunque esto se estuviera grabando ahora, yo ya lo vi en televisión ayer. Cojo una pinza y al asomarme por la ventana me sobreviene la visión de Madeley Road como una postal a tiza en papel cebolla que se trasparenta: las casas victorianas, los jardines a ambos lados de la calle, un cuervo en un árbol. Detrás entreveo difusos el patio interior de la corrala, las cuerdas de tender, una muñeca sin brazos en el suelo. A tientas, trato de colgar la ropa aún húmeda.
8.
Fármaco 05:13
Hace cuatro años, una escritora me pidió que leyera el borrador de la novela que estaba escribiendo sobre una chica abocada a la demencia por una encefalitis vírica. Nunca antes nos habíamos encontrado a solas. Charlamos, cenamos, y al despedirnos, viendo cuál de los dos era más alto, la besé en la frente. Después, ella me ofreció que tomásemos M, y yo acepté el aroma de novedad y cariño que envolvía su propuesta, en una época en la que me sentía cercano a la anhedonia y carente de atención. Fuimos a un concierto, llegamos temprano, bebimos vodka con lima que parecía oro líquido y lamimos aquellas aristas de cristal amargo con la sala aún casi vacía. En un rincón apartado, en unos bancos de madera, ella bromeó sobre mi estatura y me besó. Yo sentí que ya había probado antes ese sabor. Tal vez no era más que un torrente liberado por el éxtasis que, indómito, se precipitaba en mis papilas gustativas desde mi inconsciente, pero un torrente capaz de remover la hondura del lecho de un río. El concierto empezó con el local a medio llenar. Los impulsos eléctricos vibraban sin apenas cuerpos en los que rebotar, percutiendo las paredes de mi estómago que se replegaban tratando de agarrarlos. Tenía una ausencia total de pensamientos, una plétora de sensaciones corporales que parecía capaz de acallar aquella mente que llevaba meses sin mutismo. Al rato, ella me dijo que tenía que ir al baño. En ese instante salí del ensimismamiento y se hizo visible una multitud que, sigilosa, había ido abarrotando la sala y que danzaba como si esquivaran electrodos sonoros. Sentí que todos me miraban, que miraban el hueco que me rodeaba y que crecía por segundos, que pensaban que estaba completamente solo, abandonado en el mundo. Cuando el vacío estaba a punto de anegarme, cuando sentía que iba a diluirme para siempre, cuando creía que ya jamás dejaría de viajar a velocidades inasibles, ella irrumpió como un Moisés y quebró aquella nada turbia. Leyó la sombra que cruzaba mi mirada y comprendió lo que estaba sucediendo. Me agarró de la muñeca como un zahorí agarra su bastón y sin hablar me dijo: Vamos fuera. Demasiados estímulos. La seguí con la docilidad y la confianza con la que se sigue a un sanador. Una vez fuera, me volvió a besar y percibí una quietud excéntrica. Después escupió un chicle, sacó un cigarro y apretó el filtro: un chasquido como un croar desproporcionado entró en la noche. No sentamos en la acera, algo brillaba en el cielo. Ya todo estaba bien: no existía la sed, no existía el hambre, no existía el deseo, no existía el lenguaje. Solo una profunda sensación oceánica, una calma panteística, y la impresión de que el universo, o al menos la parcela que era visible desde el escalón, había sido creado solo para ser contemplado. Tal vez, podría decir que todo se redujo a eso: a una saciedad ascética, a una ausencia de perturbación, a una estética sensual y absoluta.
9.
Insomnio 03:29
Contigo tuve mi primer encuentro de almas. Y eso me desestabilizó. Tú fuiste tolerante con mi habla depresiva. Creo que porque la interpretabas casi poéticamente. No estábamos bien. No nos estábamos ayudando. No nos hacíamos más fuertes, afirmativos o felices. Nos pusimos en un estado de dudas constantes, en que ninguno era capaz de decir algo para estabilizar o confortar al otro. Causamos un solipsismo a dos. En las últimas semanas tú ni siquiera querías hablar conmigo. Tanto, que fuimos un millón de veces al cine para no tener que conversar. Fuimos poco hedonistas. Mismo cuando tomamos drogas, no lo hicimos para disfrutar el momento, sino como una solución para un problema, nuestra incomodidad en Londres, nuestra melancolía… Te quisiste fármaco, resultaste veneno. No me permitiste ni una despedida emocional. No fue inevitable, no éramos impotentes, somos responsables de todo. Esas fueron las horas de nosotros. Las otras, de todo el tiempo, son las horas de todos. Ya pasaron las nuestras. Es el momento de los demás. Todo lo que tenemos es la incerteza y con ella seguiremos adelante.
10.
Meditación 08:19
Quizás, quizás podría entender mejor, si contara, como una confesión, con el ansia de que el discurso finalmente me redima y me exculpe, por qué me hago responsable de su dolor, incluso ahora que tal vez ya haya desaparecido. Hace dos años conocí a Aýna en casa de una amiga en común. En un aparte, me dijo que creía en la posibilidad de una huida radical que le permitiera ser completamente otra. Yo sentí un vibrar de certeza en la carne. Aunque donde Aýna veía un laberinto, yo veía una llanura, finalmente nos fuimos a vivir juntos. Ella tenía reacciones súbitas como la piel del ojo. Colapsos que desbordaban su pequeña corporalidad, pero a mí eso me fascinaba aún más. Aýna consiguió una beca para estudiar zoología en Londres y decidimos mudarnos. Yo quería construir para ella una casa con techado de uralita, con paredes rellenas de estopa y forradas de arpillera, y mesas cubiertas por manteles de hule. Quizás sería basta, fría y ruidosa, sobre todo cuando llegara el granizo, pero por eso mismo, sería ideal para que ella pudiera estudiar, por lo que no solo no me importó marchar, sino que me pareció incluso romántico. Cuando ya llevábamos un año allí, aún no nos habíamos adaptado. Aýna no conseguía concentrarse y no disfrutaba ni con los taxones ni con la academia. Con el paso de los días, se fue hundiendo más y más en el nihilismo. Yo habitaba una lengua ajena con la debilidad de la extranjería, sin acabar de sentirme cómodo, prefiriendo el silencio al error. Poco a poco, nuestra cotidianidad se fue convirtiendo en un mero padecer juntos. Un día le propuse tomar éxtasis, como un alivio o un atajo a la felicidad. Fuimos a una discoteca y tomamos una pastilla. El tiempo iba pasando y no ocurría nada. Estábamos expectantes, totalmente centrados en la llegada de los efectos. Tomamos otra dosis y algo después pude ver como comenzaba a flojear su sonrisa. Ella iba bailando cada vez con menos timidez, aunque con cierta introspección. Yo también empecé a disfrutar de la persistencia de los flases en la retina, de la intermitencia de las imágenes, de la calidez dérmica, pero a baja intensidad. De repente, Aýna me agarró del brazo muy fuerte y me dijo con una voz que no parecía suya, con una voz arrancada a la afonía, que todo iba muy deprisa, que veía las caras de la gente como retratos a acuarela centrifugados. Trémula, miraba fijamente al suelo, tratando de protegerse y de escapar de cualquier visión. Vamos fuera, dije, demasiados estímulos, pero aquel vendaval ya no se podía parar, y no lo hizo. Desde hace tiempo me visita con el gesto dislocado de aquella noche: los ojos muy abiertos, las cuencas profundas, los pómulos protuberantes, los dientes incisivos y afilados, la frente prominente. Veo su rostro superpuesto a otros rostros, como una máscara, mirándome insistentemente, hasta que me ha hecho comprender que en esa reiteración hay un mensaje, un mensaje, y un cometido. Ahora tengo una misión que ella me ha encomendado. Una misión, una responsabilidad y un poder. Ahora debo extraer el dolor, el pánico, la vesania de aquellos donde ella se me aparece, succionándolos con un beso metamórfico y lúbrico como larva de batracio, que provoca en mí desórdenes de todo tipo. Así, peregrino por el mundo absorbiéndolos, acumulándolos en glándulas y vesículas, en vacuolas, tratando de enmendar la confusión cósmica que aquella noche generé, mientras ella, silente, me observa y me vigila. Con el tiempo… y el viaje… he aprendido técnicas… cuidados… para sobrellevar esta tarea… Sospecho que hay otros como yo… quizás más veteranos… quizás regurgitantes… En esta penitencia… en esta ley del talión emocional… no me corresponde crítica… ni cuestionamiento… solo esperar que… de las desgracias… tal vez… vendrán las venturas…

about

"Aýna o la épica de la cordura" está dividido en dos partes: Higiene Emocional y Alteración de la Conciencia.

Tomando como base la épica del post-rock, Higiene Emocional aborda algunas de las prácticas de los griegos que Foucault recogía en su concepto de las tecnologías del yo, como la creación, la meditación, la atención a los sueños, los ejercicios físicos o la acupuntura. Las distensiones y la intensidad inherentes al post-rock reflejan el esfuerzo y la dedicación que exigen estos hábitos.

Sin embargo, en Alteración de la Conciencia se tratan estos mismos temas desde la perspectiva de la enajenación. En esta parte, la complejidad armónica del estilo sinfónico nos sumerge en el miedo a perder para siempre toda posibilidad de equilibrio futuro.

Dado que la exacerbación de las tecnologías del yo puede desembocar en nuevos estados alterados de conciencia, y que el desasosiego puede llevar a la búsqueda de técnicas que lo alivien, Aýna tiene una estructura circular tanto en los motivos musicales como semánticos.



«Las tecnologías del yo permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad. Estas prácticas estaban constituidas en griego como epimelesthai sautou, “el cuidado de sí”: meditación, escritura, gimnasia, interpretación de los sueños… Las técnicas principales del yo durante el cristianismo primitivo son la confesión y la penitencia.»

“Tecnologías del yo”, Michel Foucault.

credits

released June 28, 2017

Idea: Pablo Sánchez y Álvaro Sousa.
Voz y textos: Pablo Sánchez.
Música: Álvaro Sousa.
Voz en 2. Meditación: Ángel Luis Ramírez.
Voz en 9. Insomnio y palmas y cante en 3. Sueño: Saray Frutos Tames.
Clarinete en 10. Meditación: Paloma Sánchez.
Asesoría y arreglos de piano en 10. Meditación: Miguel Ruiz Torres.
Grabación, mezcla y producción: Luis Alberto Caballero y Álvaro Sousa en Dopplermedia Estudio, Alcobendas (Madrid).
Diseño: Adrian Blokin.
Proyecto seleccionado en el Programa Creación Injuve 2016/2017

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