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1.
Berlín 02:49
BERLÍN Una de las pocas cosas que tenemos claras es que en una posguerra, o tras el muro de Berlín, sólo puede ser invierno. Los cuellos de las chaquetas largas, o al menos de tres cuartos, los llevamos siempre subidos, y cuando no fumamos, el vaho ocupa el lugar del humo. Espías o no, lo cierto es que todos somos clandestinos: nos movemos solitarios a pie, a veces en parejas; hablamos en bajo, más que en susurros, en suspiros. Atravesamos despacio la niebla y el smog, que por la noche bulle reflejando la escasa luminosidad parda de las farolas, y añoramos historias de amor, pues sabemos que la atmósfera les resulta propicia. A veces nos encontramos en cafetines de fachadas desconchadas e intercambiamos libros que deslizamos con lentitud por encima de la mesa mientras nos miramos fijamente a los ojos, y, aunque no estamos seguros, sospechamos que la elección del título esconde un mensaje en clave. Nos amamos como sólo pueden amarse dos desconocidos, como sólo pueden amarse dos sordos que desconocen el lenguaje de signos, y sabemos que cuando todo esto acabe, cuando llegue la posposguerra, tendremos la sensación de que hubo un momento que dejamos escapar. Quizás no lo lamentaremos, quizás no nos lo reprocharemos, pero estará tan presente, que seremos incapaces de soñar con otra cosa. Lo único que habríamos necesitado era arquitectura soviética, gris urbano: un lugar fabril, un lugar de delirio febril en el que el azar, con todas sus limitaciones, nos obligase a encontrarnos. Un lugar donde reventar, a butronazos, la rutina.
2.
Búnker 04:25
Ella nunca estuvo de acuerdo con que la llamase el búnker. Sonaba demasiado militar y, si esa casa estaba lejos de algo, era precisamente de la guerra. Parecía más una escombrera de una sola habitación, pero eso nos bastaba. Cuando caminábamos por la ciudad buscando trabajo, la lluvia frecuentaba sus pestañas y yo los soportales. Ella acabó ejerciendo de tahúr; yo, cuando me dejaban, de hombre anuncio. A veces confundíamos los barrios y por eso trataban de asaltarnos. Con el tiempo descubrimos que con un solo gorro nos apañábamos los dos, y que yo podía parecer un hampón y ella un marinero. Y yo me sentía feliz de poder cedérselo. Por fin habíamos encontrado una ciudad que nos quería de verdad. Un día alguien llamó a la puerta. Fue extraño porque nunca nadie llamaba a la puerta. Era una chica aterida y ojerosa, una chica con un cuerpo de toxicómana que te reclama y te secuestra. Nos pidió dinero y ella le respondió que el dinero era para comer y para dormir, y para nada más. Entonces, la drogadicta nos pidió que le diéramos algo de comer y un rincón donde dormir. Y se quedó a vivir con nosotros. Pasó el tiempo y se esnifó nuestra nevera, pero se esnifó también el poco dolor que nos quedaba. Por las tardes, cuando ella y yo volvíamos de procurarnos supervivencia para los tres, la morfinómana nos enseñaba a boxear. Cuando estábamos exhaustos, yo les leía pasajes de "Los subterráneos" y ella hacía mate y café; un café tantas veces filtrado que apenas olía a agua caliente. Al menos, conseguía empañar los cristales. Nunca follábamos. Ni yo con ella, ni yo con la drogadicta, ni ellas dos juntas. Nunca follábamos porque ella siempre nos dijo que las verdaderas historias de amor son aquellas en las que nunca se llega a la consumación sexual. Y la creímos. Cuando el clima empezó a mejorar, la toxicómana salió por primera vez del búnker. Decidió trabajar de gancho para ayudarla en el negocio del engaño. Empezaron a pasar más tiempo juntas y el triángulo dejó de ser equilátero. Yo nunca dije nada: sólo anegué el dolor. Un par de meses después comenzaron a aparecer divisas y yo traté de convencerme de que estaban estafando a turistas. Cuando encontré sus dos pasaportes aún oliendo a comisaría no pude mantener la inocencia y supe que se iban a marchar. Pero yo nunca dije nada: sólo anegué el dolor. Se fueron mientras fingía que dormía en el sofá. Se marcharon con un adiós en la mirada que era más una notificación de defunción que una sentencia de muerte. Yo atrapé ese gesto con la pena del que recibe un castigo póstumo en nombre de otro, como un reo al que le dan una paliza porque su compañero de celda se ha suicidado. Pero sobre todo, yo nunca dije nada: sólo anegué el dolor.
3.
Géminis 03:22
GÉMINIS Corren enlutados a noche cerrada. Surcan el bosque en carrera cada uno desde un extremo. Avanzan con la decisión de un caballo galopando un prado pero son rápidos e invisibles como escarabajos en la oscuridad. No tantean los árboles sino que se buscan con los ojos y las manos a medio cerrar. Hay noches que no se sienten estando próximos. Otras, se chocan de frente, o de lado. Algunas uno asalta al otro de repente, lo embiste por sorpresa. Entonces, entonces empieza un combate secreto y legítimo, bestial, bestial pero sereno. Apenas hacen ruido. Acalladas se suceden las presas y zafaduras, los golpes romos de nudillos, el rodar sobre el suelo. Contienen los jadeos, atan los gemidos, aprietan las mandíbulas. A veces, un crujir de huesos altera brevemente a las rapaces que recolocan sus alas en las ramas, y continúan observando seriamente. Luchan hasta que uno de los dos se desmaya y el otro abandona el bosque. Renquea como un insomne para adelantarse a la luz. A la noche siguiente vuelve tratando de descubrir un cadáver, de corporeizar la victoria, pero sólo encuentra un ataque por sorpresa, una lucha más. Habrá un momento en que, cosidos de heridas y arañazos, sus costras como cortezas arbóreas se cierren juntas en medio del combate. Se unirán sus cuerpos en uno inmóvil: injerto de miembros, estatua de carne. Quizás es eso lo que buscan porque, mientras uno viva, el otro no puede morir; porque, mientras uno viva, agónica es la noche.
4.
LENINGRADO, EL ASEDIO Paseamos por parques en ruinas, muy próximos el uno del otro pero, apenas rozando nuestros hombros al rodear algún charco por el combustible amoratado. Abrimos caminos de barro, entre nieves cenizas y árboles derribados, con las botas permeadas de niebla, silencio e inquietud bélica. Desde los escombros, doloridas pupilas dilatadas, hambrientas de pan y de hombres, nos escrutan como a dos amantes huérfanos que, sigilosos, buscan refugio para pernoctar, entre cópulas que enfrentan a la noche… el instinto de vida. ¿Cómo pudimos creer, ilusos, que en las fisuras de los huesos de una raza quebrada podría germinar algún brote limpio de miseria?
5.
En tránsito 01:31
EN TRÁNSITO En estas horas de autobús nocturno, en esta quietud en movimiento, me diluyo en THC, orfidal o dormidina, hasta que soy uno con la huida detenida. No importa que abandone un lugar donde no puedo ser más que un perturbado para acabar varando en ciudades de decepción. En este desplazamiento, que irremediablemente acabará siendo de ida y vuelta, solo la propia transición tiene sentido. Aquí dentro el solipsismo impera. Aquí dentro a nadie le importa cómo se descomponen los órganos o si el mundo se desmorona ahí fuera, más allá de lo que es visible a través de la ventanilla. En estas horas de nocturnidad y calma, no soy pasajero ni autobús, no soy destino ni partida, no soy deseo ni nostalgia. Solo soy trayecto, trayecto y todo lo que mora en él y de él emerge, o desaparece.
6.
CIUDAD POSLIMINAR Dicen, que mientras la ciudad te sabe extranjero, cada rincón se convierte en objetivo de panóptico.Quizás fue porque llegué con vocación de pobre, encontrando en el lujo y la comodidad desórdenes de tipo moral. Tanto, que de la nocturnidad de aquel barrio aprendí a que jamás me pillaran por sorpresa, a saber del peligro en las miradas ajenas, y que huir nunca es de cobardes. Aprendí lecciones no pedidas para alumnos obligados: que la locura que es pose es patética, pero la que es real es erótica. Aprendí a comer sin problemas lo pútrido no así lo adiposo. Aprendí a esquivar las farolas de espino que alumbran, que alambran, que arañan. En ese devenir vi gentes extrañas, anoréxicas tocando la tuba, campeones de halterofilia cuidando mariposas heridas. Vi turistas fingiendo ser vagabundos con la barba de aquel ajedrecista que se exilió y murió en Islandia. Vi a indigentes simulando ser mochileros y comprendí de la subalternidad y de la fragilidad de los huesos y los músculos, de los órganos y la carne, pero sobre todo, de la fragilidad del espíritu. Vi todos los rostros hasta que sólo pude dedicarme a buscar parecidos, y, sinceramente, resultó agotador. Con el tiempo la ciudad trató de imponerse hasta que deseé rehuir las miradas y olvidar la existencia de libros que repetidas veces leí. Entonces entendí que quizás era un poco más culto, más ciudadano, pero que no había aprendido a nadar mejor, a correr más rápido, ni a vivir más feliz. En medio del delirio se me apareció premonitorio y salvífico el lugar en que los elefantes entierran sus armas, y decidí que era el momento de volver a emprender la marcha. Ahora que la búsqueda se ha vuelto gregaria, cabalgamos centáuricos entre cuadrúpedos, mientras aves rasantes surcan el suelo. Somos diaspórica manada, estampida errante sobre telúrica tolvanera y avanzamos con la implacable fuerza y dispersión de un ejército desertor, sin que ningún concepto logre escrutarnos.
7.
DORMITÁBAMOS Dormitábamos en cunetas y habitábamos en cabañas desvencijadas, y dábamos tanta pena que hasta los vagabundos nos daban limosna. Al menos nunca nos sentimos del todo solos y, puedo decir, que tampoco albergábamos dudas. Para algunos, esto sería algo de lo que avergonzarse, pero para nosotros no era más que el síntoma de una completa y estúpida confianza ciega en el otro. Al menos, puedo decir, que nunca nos sentimos del todo solos.
8.
Semper Fit 01:55
Arranca las cuerdas del arpa: no es tiempo de líricas. Entrena. Haz de tu cuerpo una ofrenda al pueblo. Ofréceselo cuando se muestre propicio. Sé la explosión de la dinamo. Furia de la fiera liberada. Comisaría en llamas. Corre entre las piernas del coloso. Raja las corvas del gigante. Trepa la espalda del titán. Porque solo eres un hombre. Pero por eso mismo, eres todos los hombres.
9.
La lluvia 03:02
Aún recuerdo la lluvia. La lluvia húmeda, todavía no ácida, que no hostigaba con filo de azufre, como esta niebla naranja. Recuerdo la lluvia mientras nos ocultábamos escalando montañas, la lluvia en los mosquetones y arneses, más certeros que el habla. La lluvia sustituta de fonemas de la nada. Gotas que limpiando el magnesio de las manos, se deslizaban hasta el compañero de cordada. Éramos comunidad silente, comunión umbilical libre de palabras. Pero hubo que cambiar las nubes por los túneles, la variedad de la serranía por la rigidez de un cubículo enterrado. Antes me abrumaba la gente, ahora me falta el espacio. Esta frontera de uranio vulnera tanto como el lenguaje de metacrilato. Aunque se fue el confinamiento de los otros, quedó el de un zulo plomado. A veces me pongo el traje antirradiación y salgo por la escotilla. Interrumpo con mi baile el descenso helicoidal de élitros de escarabajos que se inflaman en pleno vuelo. Interfiero con mi danza en el caminar azaroso de cucarachas ahora endiosadas. Quiebro las estacas de cercados inútiles como falanges esclerotizadas y observo complacido el polvo ceniciento… Pero muchas otras noches, tan solo lloro con labios de arena y garganta de grava.
10.
Habitábamos 02:39
No se trataba de destruir la ciudad, de arrasarla con napalm, en amaneceres salvajes, sino de deconstruirla vivencia a vivencia. Y, después, extirpar con serenidad de horticultor los recuerdos que, idealizados, intentaban enraizarse. Recuerdos que amenazan con falsear la urbe hasta convertirla en ruinas dispersas envueltas en jungla emocional. Y una vez purgada, reconstruirla. Y, una vez trasplantados, conservarlos en bombonas de vidrio, que permitan mirarlos, sin que puedan herirnos.

credits

released December 9, 2016

Idea: Pablo Sánchez y Álvaro Sousa.

Voz y texto: Pablo Sánchez.

Música: Álvaro Sousa.

Grabado y mezclado por Álvaro Sousa entre 2013 y 2016 en los estudios Dopplermedia, Alcobendas.

Fotografía: Manuel Sánchez-Mateos Paniagua.

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